Pero no es el caso. La situación sigue siendo la de Peepete, solo que es más grave. Por primera vez en la historia republicana, la extrema derecha (no el centro derecha, no la derecha: la extrema derecha) puede obtener la mayoría absoluta de los escaños. Mayoritariamente liberal en economía, iliberal en derechos civiles, ferozmente racista hacia los trabajadores no nativos, refugiados y migrantes, culturalmente oscurantista y reaccionario, indiferente si no hostil a la lucha contra el calentamiento global, vinculado internacionalmente a las fuerzas más reaccionarias del Planeta, explícitamente fuera del ámbito de los valores de nuestra Constitución, esta mayoría puede tener los números para determinar el futuro del país.
Para detenerlo, primero debemos crear conciencia. Que la mayoría democrática del país se dé cuenta del riesgo que corremos. Que las minorías activas y comprometidas se den cuenta de que ahora nunca es el momento de tirar de los remos del barco. Porque los perdedores no serán los que nos han defraudado, esta política progresista muchas veces no está a la altura: perderemos todos, aunque no seamos inmigrantes, homosexuales, pobres, mujeres, jóvenes. Estaremos todos perdidos, obreros, maestros, burgueses, todos, del hundimiento de Italia en un barranco reaccionario que, a pesar de todas nuestras faltas, este país no merece.
Pero incluso la política progresista debe finalmente cumplir con su deber. En las horas más oscuras, las grandes coaliciones, aunque evidentemente necesarias, no son suficientes, ni siquiera asumiendo soluciones técnicas que permitan la unidad en los electorados mayoritarios incluso con fuerzas distintas y diferenciadas. Sobre todo, necesitamos un programa que aborde concretamente el sufrimiento y el miedo. Ante el dolor se puede ofrecer un chivo expiatorio o un remedio.
Si el tratamiento es demasiado general y vago, o demasiado tímido y soso, si el médico no aparece en persona, instintivamente nos volvemos contra el chivo expiatorio. La política progresista hace propuestas concretas que son realizables pero que realmente ayudan a la gente en carne propia. ¿Por qué no ofrecer transporte público gratuito como en España o semi-gratuito como en Alemania? ¿Por qué no proponer formas de cogestión de fábricas frente a la deslocalización, como en Alemania? ¿Por qué no proponer, no digo la escala móvil, sino el mecanismo del freno fiscal, contra la inflación? ¿Por qué no relanzar la propuesta de la dote para los jóvenes, y en general apoyar a los jóvenes de clase media y trabajadora en la formación y búsqueda de un empleo estable y seguro?
Estos son solo ejemplos. Ejemplos de esas banderas que la política progresista debería plantar en la sociedad para defender la democracia de quienes (como siempre ha hecho y hará la extrema derecha) quieren explotar el sufrimiento social para construir una sociedad aún más injusta y aún menos libre.
Todavía tenemos tiempo. Pero el tiempo se está acabando. No perdamos un minuto. O podemos arrepentirnos durante una larga parte de nuestra vida.
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