Celebración del centenario del Monumento a los Caídos en la Piazza Vittorio Veneto (il Prato) en la ciudad de Chiusi. Durante la celebración, el concejal de Cultura y Obras Públicas, Mattia Bischeri, ha recordado que «el acto ha sido el resultado de una intervención multidisciplinar que ha implicado en sinergia a diferentes profesionales -restauradores, trabajadores municipales e historiadores- que trabajaron en la restauración, el mantenimiento y el estudio del monumento y el encantador parque urbano que la acoge con su mobiliario». La escultura, obra del artista de Chiusi Luigi Betti inaugurada el 13 de mayo de 1923, es una obra «de una rara delicadeza e inteligencia que, evitando cierta retórica triunfalista en la celebración de la guerra, propio de muchos monumentos bélicos de la época, elige un mensaje de paz que representa a una madre velada llorando y, más precisamente, a la «Madre Etruria llorando a sus hijos», en una forma iconográfica que demuestra el discreto conocimiento y la sensibilidad del artista hacia la escultura antigua. La elección de Madre Etruria se alinea con la idea dominante de post-unificación, que consideraba a los etruscos como los primeros unificadores de Italia. Por lo tanto, el tema adoptado en el monumento debe haber tenido un fuerte impacto no solo en el imaginario colectivo local de una pequeña ciudad de provincia toscana, que durante al menos un siglo había extraído un fuerte elemento de cohesión cívica de su relación con el mundo antiguo, pero también hacia el exterior en el escenario nacional, donde grandes descubrimientos arqueológicos (como el Apolo de Veyes descubierto en 1916 y conservado en el Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia en Roma) habían revalorizado en gran medida el papel de los etruscos en la historia del arte. La rica documentación de archivo que se ha desenterrado en el Archivo Histórico de Chiusi destaca entonces el fuerte compromiso asumido por la administración municipal de la época, tanto económica como moralmente; un compromiso que la misma comunidad de Chiusi concibió en términos de “un deseo formulado hace tiempo”. En este detalle descubrimos un fenómeno antropológico ancestral que pertenece a las comunidades humanas: la dedicación de una estatua pública exvoto ofrecida para invocar y hacer siempre presente la memoria de un peregrino muerto. El monumento de Chiusi es por tanto -añade Bischeri- un palimpsesto excepcional que narra en su estratigrafía onomástica la historia social y cultural de nuestra ciudad durante una parte importante del siglo XX, con sus momentos más oscuros: desde los nombres de los muertos de los Grandes guerra civil (1915-1918), la guerra colonial en Etiopía (1935-1936), la guerra civil en España (1936), los muertos de la Segunda Guerra Mundial (1940-1945) y finalmente el derrumbe del odiado régimen fascista, con El fin de la dictadura y el “cincelado” de las fasces del lictor, seguido de la aparición de los nombres de los partidarios de la Resistencia. Han pasado al menos cuatro generaciones desde los primeros nombres grabados en la lápida, pero las vidas de estas personas, de diferentes rangos sociales y opiniones políticas (nombres de campesinos junto a nobles locales en diferentes rangos del ejército), se entrelazan y llegan hasta el presente. No es un ejercicio de retórica honrar a los muertos, pero sacar a relucir fragmentos del pasado es un momento necesario de memoria colectiva que -concluyó- nos permite, como contemporáneos, entender mejor quiénes somos y seguir ejerciendo. nuestra democracia en constante diálogo con los ‘viejos’.
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