Nono fue un “karaoke”como argumentó desdeñosamente el líder del Partido Popular Alberto Núñez Feijóo, enfadado por el probable fracaso de su candidatura a primer ministro a pesar del apoyo del partido de extrema derecha Vox. La sesión parlamentaria del 19 de septiembre, durante la cual, por primera vez en cuarenta y cinco años de democracia, los diputados pudieron expresarse en catalán, gallego y euskera, fue por otra parte una página importante de la historia de España. De acuerdo con la Constitución, que establece que “la riqueza de las diferentes modalidades lingüísticas de España constituye un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección”.

El hecho de que el punto de inflexión fuera deseado por el presidente del Gobierno saliente Pedro Sánchez (casi derrotado pero no reducido en las elecciones de junio) para obtener un consenso para su nueva posible “inauguración” tras la dimisión de Feijoo (una operación política que también se desarrolló presionando a Bruselas para que incluyera el catalán, el gallego y el euskera entre las lenguas oficiales de la Unión Europea) no cambia los términos del problema. Si una decisión es correcta, seguirá siendo correcta incluso si fue sugerida por un cálculo. El centralismo lingüístico es el símbolo de una mentalidad nacionalista. Cuantas más lenguas haya, más fuerte será la democracia.

En particular Para el catalán, hablado por unos diez millones de personas, es difícil culpar al escritor Javier Cercas, convencido de que es «un terrible error» dejar su promoción y defensa en manos de los secesionistas.. Esto no sucede. La resolución de la cuestión lingüística también es un buen augurio para las ambiciones de Sánchez. El principal problema ahora es la petición de amnistía del partido del separatista fugitivo Carles Puigdemont. El líder socialista necesitará mucha inteligencia política. Veremos