de Luca Prosperi (ANSA) – ROMA, 26 DE OCTUBRE – Si Antonio Gibelli escribió que «el material mental, incluido el material onírico y alucinatorio, es plenamente material histórico», más aún obra de cronistas de guerra, y en tiempos de guerra, es plenamente un asunto que debe atribuirse a la historia de un país. Porque, y esto lo entendemos muy bien en el libro del periodista de Il Messaggero Fabio Fattore «De nuestros enviados al frente», cien años de crónicas del este de África, entre Adua y las últimas guerras» (Sugarco, pp. 197, 18.50 euro), cuando la noticia se convierte en memoria, expresa la mentalidad y la cultura de los italianos de aquel tiempo, de los contemporáneos de aquel tiempo.
Fattore llega al tercer capítulo de su notable obra como historiador del periodismo de guerra, tras la epopeya de Giarabub y los periodistas italianos enviados a la Segunda Guerra Mundial, y aborda el tema del colonialismo, el imperialismo y las misiones de mantenimiento de la paz desde otro ángulo. El de la creación cotidiana de la mentalidad pública. De Adua a Check Point Pasta en Mogadishu, de Malaparte a Montanelli, a Ilaria Alpi, siguiendo una geografía toponímica que no es sólo una larga lista de avenidas y plazas italianas: Adrigrat, Gondar, Addis Abeba, Etiopía, Somalia, ascari o Eritrea.
Aventura, exotismo, arena y sol, mal africano, esperanzas y desengaños de un pueblo que desde la Unidad se ha entregado a un sueño anticuado y perdido, el de la visibilidad colonial, autobiografía de un pueblo que, Fattore, lo dibuja muy bien a través de los desvalidos, lectura precisa y nueva de fondos, archivos, documentos, pasa más por la obra oscura y reprimida de los cronistas de masas, los ‘mineros’ de hoy que por el contrario lo eran más que entonces. Este es el gran hastío del periodismo entendido como trabajo: vivir el momento, morir en la cotidianidad, el remolque del poder. Y de hecho, más que en las páginas de los grandes consignados en la historia del vestuario y la literatura, Buzzati también fue a Etiopía en 1936, es con Ximenes, Civinini, Poggiali o Beonio Brocchieri, con quienes podemos leer la radiografía de un sentimiento popular bien: no es casualidad que la portada sea una icónica foto en blanco y negro, la que a todos los periodistas les gustaría tener. Un hombre con una camisa blanca, un cigarrillo en la boca, sentado en un tronco improvisado frente a una tienda de campaña en el monte, escribiendo en una pequeña máquina de escribir portátil, una hoja de papel en blanco en un rodillo. No es Montanelli, sino Ferdinando Chiarelli, de Fossa (L’Aquila), corresponsal del Giornale d’Italia en Etiopía siguiendo a Starace contra el Negus. Libro Historia del corazón, corresponsal de guerra en España y Rusia, en la posguerra se traslada al Corriere della Sera.
En definitiva, periodistas, pedazos de la historia de un país que Fattore también ennoblece recorriendo estos lugares en busca de “italianos perdidos”. Luego, no se puede perder, la historia del estudiante somalí de Radio Elettra en Turín que se burla de la tecnología occidental: pero este es otro punto de inflexión en la biografía italiana. (MANIPULAR).
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